Leo "Fuera del tiempo", veo "Lost in translation", descubro fotografías olvidadas en una carpeta perdida de un cd-rom. Y volvéis a mi memoria. Sophie, tú, desnuda, durmiendo sobre la cama, es como si pudiera tocar tus labios, tu pelo, tu piel. Aprendí tu cuerpo de memoria, y después, el de Lidia, en comparación, me parecía extraño. Es como si pudiera meterme en la fotografía y acariciarte donde estabas: por un instante, se me ofrecía a la memoria un refresco visual de lo que durante dos meses ha sido un ideal sepultado por el teléfono.
Con Scarlett Johanson, y el universo independiente que es esa película, rememoro a Amelia, y a su cuerpo obtenido pero no tenido, y, mientras escribo, no puedo evitar sonreír ante la ironía de que en las dos se dio primero una no-tenencia parcial y después una des-tenencia total. De diferente forma, pero de igual modo. Y quien no me tuvo a mí fue Lidia.
Amelia se repite en los ecos de Scarlett. Estudio sus facciones, sus ojos, sus labios, su pelo, y llego a la conclusión de que es la nariz, así como cierta carnalidad de los labios lo que las acerca, una especie de belleza distraída. Veo ese contorno moverse y evocar lo poco que pude abrazarla, lo poco que fue -lo que poco que ha sido de todo el mundo, pues, aunque haya pasado el tiempo, y su figura aún me fascine, no he de olvidar lo que es, una quimera sin más voluntad que destruirnos y destruirse a través de la traición- de nosotros, ese culo, esas piernas, y entiendo que el tiempo está haciendo que las asimile y que cree a una tercera mujer que realmente no existe y que no será mía jamás, y, al mismo tiempo, será mía para siempre. Tal es el poder de la memoria, de la palabra, del poeta. Pero es acaso un poder sumamente cruel con su propietario.
Lidia era otra forma de ver las cosas, era muy guapa (guardo esa foto donde no tiene más que 16 o 17 años, y creo que lo que he amado de ella ha sido ese ideal), quizá un poco sobrada de talle para mí, lo reconozco, pero sus ojos y su risa eran encantadoras. Era otra forma de ver las cosas, más sencilla, más despreocupada: el mejor ejemplo de que siempre se puede aprender algo de alguien más joven. Quizá seguí demasiado el juego, quizá no me di cuenta hasta más tarde, lo cierto es que aquello no acababa de ir conmigo, tal vez porque el patrón, la mesura, el rasero que ponía yo a una relación era que me llenase como Sophie lo hizo, y eso Lidia no podía hacerlo de ninguna manera. Ésa era la causa y a la vez el error de todo el procedimiento, porque la sombra de Sophie seguía planeando sobre mi vida, aunque había pasado medio año, y yo había pasado por mejores y peores temporadas.
Y después estaba el tema de la inspiración, volatilizada totalmente desde hacía meses. De ella sólo quedaba el ánimo de seguir escribiendo febrilmente, para sobrevivir, para dar testimonio, para escapar, para encontrar la salvación, todo al tiempo. Pero la Musa se había marchado. ¿Cuándo volvería?