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Las Flores del Insomnio

Lo he intentado

Lo he intentado. He probado de introducirme en la meditación, en el zen; he leído la vida de Ikkyu, la de Siddharta, he intentado alejarme de las pasiones, del mundo material, de olvidarla, de pensar que vivo en el presente y no en el futuro, que hay que seguir adelante. Incluso me pareció lograrlo durante un tiempo.

Pero entonces ella vuelve a la ciudad y nos perdemos. Encuentros de noche, en un apartamento vacío, sesiones de sexo que acaban a las cinco de la mañana, madrugadas de abrazos y de confesiones. No es sólo el placer por el placer, ni la costumbre de tenernos el uno al otro: hay más. Porque si no nos quisiéramos, no seríamos tan estúpidos, tan bobos como para hacer lo que hacemos. Nos necesitamos, necesitamos hablar, escucharnos, tocarnos, abrazarnos.

Sentirme en sus brazos, como no había hecho en meses, es la sensación más gratificante del mundo. Pero no puedo conservarla, porque ella se irá, y las cosas volverán a su cauce. Su estancia en la ciudad es sólo accidental, una traba en su carrera por la libertad, por el autoconocimiento. Cuando se vaya, lo seguirá de nuevo. Y de nuevo estaré fuera de sus esquemas de crecimiento personal. Pero cuánto he disfrutado estas noches, cuánto, sólo para saber que pronto acabará de nuevo. Y no somos lo suficientemente fuertes para decirnos que no.

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