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Las Flores del Insomnio

Ilusiones y mentiras

Apareció en mi habitación, sonriendo, con su abrigo blanco, aunque ya estábamos en primavera. Su voz era dulce, como siempre, y por dentro me estremeció esa sensación tan poco conocida de dicha. Yo no la veía bien, así que me acerqué a la ventana. En la calle alguien echaba al suelo los contenedores y había carreras de jóvenes delante de la policía.
Entonces comprendí que estaba soñando.

-Amelia, sé que no estás aquí -le dije, sentándome en una butaca, encendiendo un cigarrillo imaginario-, pero al menos puedo hablarte cara a cara. Sabes, ayer soñé contigo, y esto sí es real. Soñé que me despertaba el teléfono móvil. Eras tú. Eran las siete y algo, y ya entraba la luz en mi habitación. La casa dormía, yo oía tu suave voz y me llenaba de contento.

Ella se limitaba a asentir desde la lejanía.

-No sé si me estás evitando para decirme que no vendrás a lo-que-tú-ya-sabes, pero si va a ser así, porque te conozco, y me vas a tener que dar el disgusto de mi vida, házmelo saber, no dejes que siga una y otra vez imaginándote delante de mí, en ropa de invierno, o que sueñe una y otra vez que recibo mensajes fantasma al móvil, o que lo mire cada hora por si -¡ingenuo!- me has escrito. Parezco imbécil. Y cuando pasa eso (no estás en internet, no coges el teléfono, no respondes a los mensajes), me siento como un perro encerrado en una jaula demasiado estrecha.

El humo del cigarrillo nos envolvía y se tornaba una niebla espesa que cercaba nuestros pies.

-Mírame. Qué triste, tener que decirle las cosas a un muñeco mental. Qué asco. Comprendo que estás muy ocupada... Pero, dios, sólo un detalle cada X días sin que te lo haya de suplicar. ¿No ves cómo me siento? ¿Estará bien? ¿Se habrá olvidado de mí? ¿Habrá vuelto con FY y no tiene el coraje de decírmelo? Sabes, Amelia; Sophie y yo pasamos cuatro años separados. No puedes pretender que en dos semanas te olvide. Porque sigues en mis pensamientos y seguiras en ellos, ya sabes por qué.

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