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Las Flores del Insomnio

Anatomía del amor

Quizá tampoco tuviera mucha experiencia al respecto, pero por lo que podía observar, el sexo de una mujer es su reflejo. El sexo de Sophie era complicado, como complicada era ella, como compleja, rara fue nuestra relación. También tal vez lo era por mi inexperiencia, el caso es que siempre fue un poco díficil localizar todos los puntos de ese enigmático mapa. El sexo, en cambio, de Lidia, era sencillo, como sencilla era ella, como fácil fue nuestra relación: libre, sin compromiso, sin complejidades que abarcaran un futuro incierto. Lidia era otro mundo diferente a Amelia o Sophie. Era joven, y aunque la brillantez de su inteligencia -de su eterna fascinación por la arquitectura- la hacía más atractiva, lo que más me atrajo de ella fue su jovialidad, su vitalidad, y -quizá- su inmadurez, alguien con quien hablar, ya no de trabajo, ya no de carreras y facultades, de investigaciones y artículos, de congresos, de filosofía o metafísica, sino de mangas, de videojuegos, de tonterías.

Me miraba con unos ojos de diosa. Su sonrisa era eterna, y tan franca, tan sorpresiva, que a veces no llegaba a explicármela. Cuando en la cama buscaba su placer, su mirada se diluía, su cuerpo se licuaba en el mío. De los días que pasé con ella, mi más grato recuerdo es esa mirada, en la cama, el cuerpo desnudo; esa mirada enturbiada por el placer.

2 comentarios

TAZ -

EXELENTE





Marta -

Bonita imagen la que conservas.